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Crítica de ‘Hermana muerte’ por Jeimmer Padilla, alumno de Máster de Crítica Cinematográfica

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Jeimmer Padilla, alumno del Máster de Crítica Cinematográfica nos trae esta crítica de ‘Hermana muerte’, película de Paco Plaza (alumni de la escuela) que se inauguró en el pasado festival de Sitges y que es predecesora de ‘Verónica’. A continuación, la crítica:

En 1942, en uno de sus ensayos, Virginia Woolf escribió que es más difícil matar a un fantasma que una realidad. Este estamento es tan sobre lo moral y político como sobre lo supraterrenal: no se puede matar lo que ya está muerto, ni lo que nunca ha vivido; a esto podemos agregar incluso que es más fácil que un fantasma te mate a ti antes que lograr erradicarlo, muy contrario a lo que digan películas como ‘Ghostbusters’ (1984).

Es con esta línea de ideas que se desarrolla la película de Paco Plaza, ‘Hermana Muerte’ (2023), en donde Narcisa (Aria Bedmar) entra en un convento con un ambiente inquietante, hostil y, sobre todo, extraño.

Narcisa, ahora la Hermana Narcisa, deberá enfrentar tres fantasmas en el largometraje: su propio pasado y responsabilidad como la Niña Santa (que da el título al primer capítulo de la película); el fantasma físico y desconocido, provocador del poltergeist que sucede en el convento; y la hostilidad del convento y de las monjas que lo habitan. La obra nos lleva a entender como estos tres fantasmas hilan toda la narración y explican sus porqués en el contexto de lo sacro, la posguerra y lo oculto; dejando entrever la fuerza y sutileza de la construcción narrativa de Plaza.

El fantasma del pasado

El inicio del largometraje, con unos vídeos mudos de una niña rodeada de feligreses en lo que parece un episodio de éxtasis religioso, nos habla de la mitificación de la protagonista desde su epíteto: Narcisa, la niña santa. La responsabilidad de tomar el hábito oprime a Narcisa contra la duda frente a su vocación, que ella ve como una obligación, y que vemos crecer cuando la madre superiora (Luisa Merelas) le muestra fotos del pasado, cuando la vemos autoflagelarse en el cuarto y, desde antes, cuando se confiesa ante el sacerdote.

Sin embargo, no es solo su pasado el que debe confrontar: el fantasma de la destrucción provocada por la guerra y el secreto oscuro que guarda el convento acosan a la protagonista y a todos los personajes durante toda la obra. Por eso las niñas novicias perciben que algo extraño sucede, y por eso las hermanas deciden, con una crueldad casi innecesaria, desacreditar o castigar a cualquiera que se atreva a mirar hacia esa dirección de lo extraño.

El pasado en sí mismo es siempre el verdadero fantasma que persigue a los vivos. Obras famosas como ‘The haunting of Hill house’ (Flanagan, 2018) o ‘Pedro Páramo’ (Rulfo, 1955) son muestra de cómo los fantasmas se manifiestan para señalar un pasado inconcluso que repercute, de manera casi definitiva, en el presente, deformando la realidad en la que habitan los personajes, y a los personajes mismos. Así mismo, los planos de Plaza apuntan constantemente hacia estos secretos. El misterio se construye a medida que la presencia sobrenatural se hace más manifiesta y nos lleva a creer que todo el poltergeist es un fantasma maligno en un espacio religioso.

Pero, creando un suspenso que va desde el dialogo hasta los espacios vacíos (de información) en las imágenes (como la foto que falta en el álbum, o la tumba de una tal “Socorro”), Plaza nos demuestra que, en realidad, el Poltergeist fantasmagórico es un grito de auxilio.

El poltergeist como grito de auxilio

La elección del espacio religioso para la construcción de la película no es de gratis, y es quizá lo más fundamental para la historia. Fijarnos en un lugar iluminado por la gracia de Dios en donde se subvierte la regla más básica de la creación – lo que existe, existe, y lo que no, no; y en este estado de las cosas los fantasmas habitan un estado intermedio – nos habla de algo más grave: Dios no se ha ido, a Dios lo alejaron, y quedaron, los personajes, a merced de sí mismos.

Plaza no da puntada sin dedal, y aquí su creación nos sumerge en un mundo donde lo sobrenatural parece seguir las reglas del ojo por ojo a un nivel tan literal que, a la manera en que los griegos clásicos concebían a los oráculos en sus obras ficcionales, Narcisa deberá pagar un precio para poder obtener un mayor entendimiento de la situación sobrenatural a su alrededor, una especie de manifestación consciente de su Don que le permitirá ver lo que se oculta en los espacios, sea un cuarto, una silla o, incluso, el alma de una persona.

Es de esperarse entonces que también los entes sobrenaturales finiquiten sus asuntos en el mundo a través de esta ley: la sangre se paga con sangre, y la balanza kármica del mundo ficcional de Plaza exige ser equilibrada hasta las últimas consecuencias. Por esto descubriremos hacia el final, o quizá desde el principio al ver la película por segunda vez, que incluso la hostilidad de las monjas hacia la mera mención de lo sobrenatural en el convento es provocada por el miedo y la angustia ante la repercusión de un pasado que creían muerto y encerrado.

Pedro Plaza ha construido magníficamente, tanto por su delicadez narrativa como por la intensidad sugerente de sus imágenes, una película de terror y suspenso que juega con sus propias reglas en un mundo donde la sangre se paga con sangre y donde se puede correr, pero nunca huir de las consecuencias, dejándonos ponderar ¿Qué tan lejos están los fantasmas de la película de aquellos que nos acechan a nosotros como espectadores y que se cuelan en nuestros espacios más sagrados?

Sobre el autor

Jeimmer Padilla (Cartagena de Indias, 1997) es licenciado de Filología hispánica de la Universidad de Antioquia. Apasionado por las series y las películas desde temprana edad, encontró en el máster de crítica cinematográfica un lugar en el que mejorar su capacidad de observación y escritura. Escribió una tesis sobre sitcoms y la cultura y ha colaborado para revistas como Discordia Magazine.

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