Alain Lefebvre es responsable de formación continua y postgrado de la ECAM. Le encanta recomendar películas y por eso, le pedimos que escribiese sobre pelis para ver en verano. De esa propuesta surgió este artículo que aúna dos de sus pasiones: El cine e Italia:
Me gustan las historias de amor imposibles (no tengo remedio), el pop rock de los 80-90 (cuestión de generación), quemar la pista de baile (tengo mi reputación), la horchata casera muy fría, las migas, un croissant en una boulangerie parisina (por favor). Me gustan todos los cines de todas las épocas y de todas las latitudes. El festín de Babette de Gabriel Axel, es la película de mi vida, y si tuviese mucho dinero, sería productor de Xavier Dolan. Sueño con dirigir a Sigourney Weaver y me hubiese gustado conocer a François Truffaut. De haber tenido otra vida, hubiese querido ser un crooner. Me considero muy gabacho y muy madrileño a la vez.
A parte de eso…
Soy Responsable de formación continua y postgrado de la ECAM. Soy fundador y codirector artístico de la Muestra de Cine Francófono de Madrid Encuentros/Rencontres que se celebra cada año en marzo y Profesor de Historia de Cine Francés y francófono en la Alianza Francesa de Madrid. Diplomado en Dirección Cinematográfica por la ECAM, he trabajado como realizador y ayudante de dirección en numerosos trabajos audiovisuales: cortometrajes, spots, videoclips, programas de televisión y videodanza. He sido miembro del jurado en festivales como el Medfilm festival de Roma, El Encuentro de Escuelas de Cine de San Sebastián, Madrid en Corto o Lesgaicinemad.
Antes de que un servidor se largue de vacaciones para un (merecido) descanso, y aún trastocado por la espléndida Call me by your name de Luca Guadagnino, os dejo este post para refrescar un poco vuestra cinefilia hablando, ¿cómo no?, del verano y de… Italia. Sin duda, uno de los destinos más maravillosos cinematográficos y fascinantes para unas vacaciones, por su Historia, su cultura, su gente, su temperamento, su gastronomía…
Con vuestro permiso, me voy a servir ahora mismo un Spritz, y poner algo de música de Henry Mancini. Nada mejor que tener buena compañía para escribir. El verano es, sin lugar a duda, la época perfecta para viajar, descansar, romper la rutina y atreverse a descubrir y sorprenderse uno mismo haciendo cosas diferentes. El verano despierta nuestros sentidos. Hay muchas más, pero había que elegir, así que ahí van cuatro películas para que, espero, os den ganas de coger el primer avión, de enamoraros, o por lo menos de ver cine.
Vacaciones en Roma (William Wyler, 1953)
irresistible comedia romántica con una pareja que desprende una química irresistible: Audrey Hepburn en su primer papel protagonista, y Gregory Peck como estrella absoluta de la Paramount. La película cuenta la historia de la princesa Anna, originaria de un país del este de Europa que en un arrebato huye de sus obligaciones y pasa un día y medio descubriendo la ciudad eterna de la mano de Joe Bradley, un periodista, que trata de conseguir la exclusiva que relance su carrera. La película es la mejor guía turística que uno puede imaginar para descubrir los puntos de mayor interés de la capital italiana. Seguimos a los personajes acudiendo a una peluquería muy cerca de La Fontana de Trevi, tomando un delicioso helado en la famosa escalinata Piazza Espagna, visitando El Coliseo, para acabar bailando por la noche con el Castel Sant’Angelo de fondo… Con todo esto, ¡Cómo no te vas a enamorar! Si tuviese que quedarme con un momento, sería con la secuencia de Bocca della Veritá. Y ¿cómo no? esos paseos en Vespa (Paseos que mucho más tarde Nanni Moretti nos regalará también, a su estilo, en Caro Diario, con una mirada muy diferente).
Una película que puedes ver mil veces, ideal para toda la familia.
Locuras de verano (David Lean, 1955)
A Venecia llega de vacaciones Jane Hudson (la siempre sensacional Katharine Hepburn), Una americana madura de Ohio, con la intención de conocer la ciudad de sus sueños y de vivir experiencias nuevas. A pesar de entablar relaciones cordiales con varios personajes, la soledad embargará a Jane durante los primeros días de su estancia. Sólo un callejero niño llamado Mauro será su inicial compañía por las calles de la bella ciudad transalpina hasta que el elegante anticuario Renato Di Rossi (Rossano Brazzi) se cruza en su camino. Y hasta ahí puedo leer… Solo deciros que obviamente no faltan los gondoleros, las palomas, los cafés en la Piazza San Marco, el cristal de Burano o la inabarcable colección de arte que guardan los museos venecianos, es decir, Venecia en todo su esplendor, como nunca se había visto en el cine, bellamente fotografiada por el maestro Jack Hildyard.
Locuras de verano, es una maravillosa película que algún desalmado tildaría de cursi, y de menor en la filmografía de David Lean. Sin embargo, ofrece una reflexión sobre la soledad, la frustración, las ilusiones, la fugacidad del momento, el paso del tiempo (¡que se nos pasa el arroz!), la búsqueda de la felicidad, del amor; todo eso en un paraje de belleza extraordinaria subyugante que transmite una extraña mezcla de sensaciones de fascinación, cierta amargura y desazón, dejando un poso melancólico y romántico (en el sentido original del Romanticismo).
Una habitación con vistas (James Ivory, 1985)
James Ivory firma esta deliciosa película, un clásico de los 80, adaptación de la novela homónima de E.M. Forster, con un elenco muy notable: (mi adorada) Maggie Smith, Judi Dench, Simon Callow y unos jovencísimos Helena Bonham Carter, Julian Sands y Daniel Day-Lewis, entre otros.
Lucy, una joven británica de muy buena familia, va a Florencia para realizar lo que se conocía en el siglo XVIII como el «Gran tour», es decir lo que todo joven europeo aristócrata debía hacer para completar su educación con un viaje (que tenía mucho de iniciático) por varios países de Europa, pero sobre todo Italia. Lucy viene acompañada de su prima, mucho mayor que ella, y que ejerce de tutora. Cuando consigue librarse de ella una mañana, decide ir a visitar la basílica de Santa Croce. Aturdida por su belleza (y por el vivo temperamento de florentinos), Lucy llega a sufrir un mareo en una de las escenas más famosas de la película, víctima del famoso síndrome de Florencia o síndrome de Stendhal, llamado así porque en 1817, el escritor francés Stendhal padeció, visitando en ese mismo lugar, síntomas de vértigo, palpitaciones, confusión. Y así lo describe en su libro Nápoles y Florencia: Un viaje de Milán a Reggio:
“Había llegado a ese grado de emoción en el que se tropiezan las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme“.
Si a eso le añades la memorable secuencia del beso apasionado con Julian Sands en un campo de cebada perdido en el corazón de la Toscana (beso decisivo que marcará un antes y un después en la historia y en los personajes), y el aria de Puccini O mio babbino caro como banda sonora, tengo que reconocer que él que acabó enamorándose fui yo cuando vi la película por primera vez con 15 años. De esas películas que forman parte de mi educación sentimental.
Bajo el Sol de la Toscana (Audrey Wells, 2003)
¿De qué va? Diane Lane, está muy deprimida tras su divorcio. Su mejor amiga, Sandra Oh (sí, la Doctora Yang de Anatomía de Grey) le regala un viajecito de 10 días en la Toscana para cambiar el chip y claro, como esto es una película, al final se enamora del lugar, de la gente (sobre todo de algún lugareño), de su comida, y decide quedarse a vivir ahí renovando un viejo caserón, no sin dificultades.
Diane Lane, siempre ha sido una actriz infravalorada, y quizás no sea, ni lo será, una de las grandes, pero desde aquí, canto mi amor absoluto por esta mujer que para mí es una de las más bellas actrices de Hollywood. Disculpen el comentario frívolo en este post tan serio. Quiero remarcar que estuvo nominada al Globo de oro a mejor actriz de comedia o música para este papel. El hombre italiano ideal, objeto del deseo de la protagonista, es encarnado por Raoul Bova que parece recién salido de un spot de perfume de Dolce & Gabanna. Los paisajes de la Toscana aparecen en todo su esplendor. La localidad de Cortana fue el pueblo elegido para la película, pero la secuencia en el bellísimo pueblo de Positano es el colmo de lo pintoresco. Con sus casitas imbricadas en la colina, entre limoneros y terrazas, Positano es uno de los destinos más turísticos de la Costa Amalfintana. El mismísimo novelista norteamericano John Steinbeck contribuyó a dar a conocer el atractivo del pueblo en un artículo que escribió para el Harper’s Bazaar en mayo de 1953: «Positano te marca. Es un lugar de ensueño que no parece real mientras se está allí, pero que se hace real en la nostalgia cuando te has ido».
La cinta está dirigida por Audrey Wells quien firma también el guion (adaptación de la novela homónima de Frances Mayes) y que tiene en su filmografía, como guionista, títulos como Shall we dance (remake americano de la película de Masayuki Suo), George de la Jungla o La verdad sobre perros y gatos. Nada para tirar cohetes. Pero en el caso de Bajo el Sol de la Toscana, la película por la conjunción de elementos que propone, encandila a cualquier espectador con ganas de enamorarse o soñar un poco, aunque sea durante hora y media. La película se ve con una sonrisa de cabo a rabo y tiene un final feliz. ¿Qué más se puede pedir? Que la película es facilona, que no es nada original, y totalmente previsible. ¿Y qué? Este film es un “plaisir coupable” en toda regla. Si no tenéis un duro para viajar a Italia, siempre nos quedarán las películas, aunque sea para soñar y vivir los amores ajenos.