Os dejamos aquí el obituario que el anterior director de la ECAM, Fernando Méndez-Leite, ha publicado en el diario EL MUNDO el pasado 23 de agosto con motivo del fallecimiento de nuestro profesor Juan Miguel Lamet.
El cineasta que enseñó cine
Juan Miguel Lamet, productor, guíonista, crítico y gestor de importancia incontestable en la historia del cine español, dedicó los últimos 20 años de su vida a la enseñanza de la asignatura de Guión en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid (ECAM), donde desde el momento de su apertura en 1995, se convirtió en el profesor más querido y valorado por los alumnos. Y allí ha estado impartiendo sus clases cercanas y magistrales a 18 promociones de guionistas y directores que pasaron por sus aulas, la mayor parte de los cuales están hoy integrados en la industria audiovisual. Todos nos preguntábamos cuál era el secreto de Lamet, un hombre ya mayor, «de otra época» –decían algunos–, con un carácter difícil y que había chocado con otros profesionales frecuentemente por su rigor y su espíritu profundamente ético, para haber sabido conectar con las generaciones jovencísimas de futuros cineastas. Todos nos sorprendíamos de escuchar los aplausos con que los estudiantes lo despedían al final de cada curso y, a veces, al terminar una cualquiera de sus clases. El talismán de Lamet era muy sencillo: una extraordinaria vocación docente, que ninguno habíamos sospechado en sus etapas de productor o político, y una concienzuda preparación de sus clases. El profesor Lamet vivía enteramente para sus alumnos, a los que convencía primero de la idea de que un guionista es un escritor y de que en los libros y en las películas estaba la base de los conocimientos que debían adquirir. Los domingos buscaba en la Cuesta de Moyano materiales para sus clases, ediciones agotadas, textos que frecuentemente regalaba a sus alumnos, a los que obligaba a continuos ejercicios de escritura. Le gustaban Lilian Hellman, Max Ophuls y los guionistas italianos de los años 50 y tantos otros, escritores y cineastas unidos en una simbiosis indestructible. Y sabía transmitir a sus alumnos –no sólo en las aulas, sino en su propia casa en la que les recibía constantemente– esa pasión por la literatura y el cine. Comí con él por última vez hace exactamente 15 días y hablamos de James Salter y de La vida de Adèle. Y nos reímos mucho.
Juan Miguel Lamet tuvo otra gran pasión: su mujer, la excelente actriz María Massip. Su desaparición le hundió en un sentimiento de soledad y pérdida que, si bien superó gracias a su trabajo, nunca se fue de su pensamiento. María siempre estuvo con él. Y creo que eso lo saben bien sus alumnos. A través de ella, y de las divertidas tertulias en el programa de Garci, se inició nuestra amistad que, como él decía, era una amistad nacida a destiempo, cuando ya no es tiempo de hacer amigos.
Pero sería injusto limitar el talento de Juan Miguel a su faceta docente –otro amor de tercera edad– porque Lamet, con su productora Eco Films fue uno de los impulsores decisivos de aquel Nuevo Cine Español de los años 60, que se enfrentó con valentía a la adocenada industria de la dictadura. A él se deben títulos como Del rosa al amarillo, la magistral La tía Tula, Nueve cartas a Berta y, ya en los 70, las dos primeras películas de García Sánchez, El love feroz y Colorín Colorado, cuyo guión es tal vez el que mejor refleja el clima confuso de la progresía en los años de la Transición. Al llegar la democracia, Lamet dedicó buena parte de su tiempo a la creación de una asociación de productores y a trabajar en la Secretaría de Cultura del PSOE, convirtiéndose en el eterno nominado a la Dirección General del ICAA, cargo al que llegó finalmente en 1992 con el ministro Solé Tura, sobre el que siempre tuvo buenas palabras. Nuestros respectivos tiempos en el ICAA eran otro tema recurrente en nuestras conversaciones. Juan Miguel Lamet pronunció su última clase en la ECAM esta primavera. Falleció el miércoles de un infarto fulminante, tal vez cuando preparaba su próxima lección frente a un retrato de María Massip.
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